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sábado, 12 de septiembre de 2015

Defendamos la Santa Inquisición católica contra las mentiras protestantes...

La Inquisición: Su propósito y razones en la visión medieval

Título: La Inquisición: Su propósito y razones en la visión medieval
Autor: Dave Armstrong
Traducción: Alejandro Villarreal -mar. 2008-
La Inquisición fue el tema que más inquietud me produjo respecto a la Iglesia Católica antes de convertirme y todavía me inquieta a nivel moral, mas no desde el punto de vista desaprobatorio. Creo que ahora entiendo mucho mejor las razones por la cuales esas cosas ocurrieron y lo que la Iglesia aprendió en los siglos sucesivos. Esto se remonta a la visión medieval del mundo.

Dave Armstrong es un apologista católico estadounidense, converso del metodismo al catolicismo en 1991 bajo la guía del R. P. John Hardon, S.J. Es autor de varios libros de apologética católica y de artículos que publica en su página en internet. Puede considerársele dentro de la corriente conservadora y de la corriente de la hermenéutica e la continuidad; según sus propias palabras asiste a la Misa tridentina.
A menos que uno haga un esfuerzo objetivo para entender esto los demás no entenderán a la Inquisición o a las Cruzadas ni un poco, entender la clase de motivos que impulsaron a las personas de la edad media y que son por completo ajenos al moderno relativismo y punto de vista indiferentista de las cosas en la actualidad, sin embargo no son incomprensibles. La Inquisición representó una ampliación de los tipos de crímenes que eran considerados una amenaza a la sociedad, incluida la herejía. Por consiguiente, era un entendimiento diferente de lo que constituían las amenazas a la sociedad.
En la Edad Media la herejía era considerada como una obstinación, que se hacía de mala fe y de mala voluntad. En la actualidad la Iglesia tiene un enfoque con un matiz más psicológico: la herejía no es considerada de mala fe, de aquí que la persona es menos culpable y menos merecedora a ser castigada, esto es a nivel humano, el juicio divino es por completo diferente. Hemos aprendido también que la imposición es incongruente con el punto de vista cristiano, por lo menos en los casos en que la herejía no se convierta en desorden civil, como los donatistas, monofisistas, arrianos y albigenses, entre otros.
Me atrevería a decir que la herejía constituye, tanto una amenaza a la sociedad civil como a la Iglesia, de la misma manera en que la santidad, el absolutismo y la pureza sexual amenazan a la revolución liberal y sexual y la cultura de la muerte que estamos viviendo en la actualidad. Más allá de sus creencias extrañas y pervertidoras de la cultura, los albigenses no eran más que unos santurrones y sabelotodos.
Para entender mejor la historia, Will Durant escribió:
Por algún tiempo los cátaros, una variante del albigenismo, recibieron una amplia tolerancia de parte de los poderes eclesiástico y secular en el sur de Francia. En principio y apariencia a la gente se le permitía escoger entre la antigua y la nueva religión, fueron llevados a cabo debates públicos entre teólogos católicos y cátaros, uno de estos debates tuvo lugar en Carcasona en la presencia de un delegado papal y el rey Pedro II de Aragón en 1204. En 1167 varias ramas del catarismo celebraron un concilio, el cual fue atendido por representantes de varios países, en éste se discutía y regulaba la doctrina cátara, su disciplina y administración, concluyó sin disturbios.
Los nobles, de relativa pobreza, comenzaron a adueñarse de las propiedades de la Iglesia. En 1171 Roger II Vizconde de Béziers saqueó una abadía, encarcelo al obispo de Albi y comisionó a un hereje para que lo vigilara. Cuando los monjes de Allet escogieron un abad inconveniente para el Vizconde, éste quemó el monasterio y encarceló al abad, cuando el abad murió, el alegre Vizconde colocó su cadáver en el púlpito y persuadió a los monjes a escoger un sustituto a modo del perseguidor. Raymond Roger Conde de Foix sometió al abad y a los monjes de la abadía de Pamiers y sus caballos comieron avena en el altar, sus soldados utilizaron los brazos y piernas de los crucifijos como mazos para triturar granos y utilizaron la imagen de Cristo como diana. El Conde Raymond VI de Tolosa destruyó muchas iglesias y persiguió a los monjes de Moissac, fue excomulgado en 1196.
Inocencio III, quien llegó al papado en 1198, observó en estos acontecimientos una amenaza tanto para la Iglesia como para el estado, reconoció algunas posibles excusas para criticar a la Iglesia si tomaba medidas correctivas pero sintió que no podía permanecer con los brazos cruzados ante la gran organización eclesiástica que esperaba mucho de él y le veían como un bastión para contener la violencia humana, el caos social, la iniquidad nobiliaria que había atacado a la Iglesia de manera profunda, que había robado sus posesiones, dignidad y se había burlado con parodias blasfemas. El Estado había cometido muchos pecados, había albergado la corrupción y mantenido a muchos funcionarios desvergonzados, sin embargo, solo un tonto desearía destruir el Estado. ¿Cómo podría prevalecer cualquier orden social sobre principios que prohibían el linaje y recomendaban el suicidio? ¿Podría alguna economía prosperar con la idolatría de la indigencia y sin los incentivos de la propiedad? ¿La relación entre los sexos y la crianza de los niños podría ser rescatada del desorden salvaje sin la institución del matrimonio? (The Age of Faith, New York: Simon & Schuster, 1950, 772-773)
Esta declaración elocuente y precisa fue hecha por alguien que no era católico o cristiano, un humanista, y da justo en el blanco, cuando señala que en ese caso la herejía afectó demasiado tanto al orden social como al religioso. Las sociedades civiles hacen esto mismo de una manera muy semejante, ya sea en la persecución a los comunistas por la derecha (McCartismo), ya sea en la persecución de los grupos pro vida y pro familia por la izquierda en la actualidad, llamándolos homofóbicos, antifeministas e intolerantes. De nuevo sostengo que la Iglesia tenía motivos valiosos, racionales y éticos para defenderse.
Hillaire Belloc escribió, con relación al asunto de la anti-materia maniquea:
Una cosa que los Maniqueos siempre han sostenido, es que la materia pertenece al lado maligno, aunque puede haber mucha maldad en las cosas espirituales, de todos modos, el bien debe ser en su totalidad espiritual. Esto es algo que no solo se encuentra en los primeros Maniqueos ni en forma exclusiva en los Albigenses de la Edad Media, incluso lo encontramos en la modernidad con los puritanos. Es evidente e indisoluble la conexión maniquea, la materia es susceptible de descomponerse y por lo tanto es mala y los apetitos son malos. Esta idea se ramifica en toda clase de detalles absurdos: el vino es malo, las diversiones son malas y así continúa. Debido a que la Iglesia Católica siempre ha cuestionado las actitudes de este tipo es que ha habido un conflicto irreconciliable entre ésta y los maniqueos o los puritanos. (The Great Heresies, London: Sheed & Ward, 1938, reprinted by TAN Books, Rockford, IL: 1991, 85-86)
La gente del medioevo creía con una gran nivel de justificación dentro de la perspectiva cristiana que la herejía era tan peligrosa para los individuos como para las sociedades, como lo es el crimen físico o incluso más que éste último tomando en cuenta las premisas fundamentales en la actualidad. Este principio interno ha permanecido inmutable mientras que la aplicación y el entendimiento particular de éste han experimentado un desarrollo positivo, la creencia en la herejía como mala y destructora del alma está por completo en efecto hoy día, pero el entendimiento de los motivos del hereje y en consecuencia el tratamiento o castigo han cambiado junto con la relación de la Iglesia y Estado en las sociedades modernas.
El teólogo católico alemán, Karl Adam, puntualizó:
Es verdad que los herejes fueron procesados y quemados en la Edad Media y el origen de tales persecuciones debe ser buscado en las concepciones bizantinas y medievales del estado. Por lo cual, cada ataque a la unidad de la fe fue considerado como un crimen abierto en contra de la unidad y estabilidad del estado y se tenía que castigar conforme a los primitivos métodos de la época.
La religión para el hombre medieval abarcaba la totalidad de su vida y perspectiva, así, cada rebelión en contra de la fe católica era vista como un crimen moral y una especie de asesinato del alma y de Dios, una ofensa más atroz que el parricidio. Y esta perspectiva era más lógica que sicológica (emocional), este hombre medieval se regocijaba en la percepción de la verdad, pero tenía muy poca apreciación de las condiciones fisicas de vida en la que vivía su alma y de los medios para alcanzarlos. En el estudio del hombre debemos no sólo tomar en cuenta la lógica de la verdad sino también la calidad de las dotes espirituales y mentales con las que reaccionaba ante la verdad. Y debido a que no vivían las infinitas variedades de las dotes espirituales es que siempre estuvo preparado, de forma especial cuando la verdad era impugnada y así concluir que era un caso de mala voluntad y pasar de la sentencia a la condenación, incluso cuando había obstáculos intelectuales insuperables en el camino de la percepción de la verdad del acusado. Esta actitud en la que prevalecía la lógica de la razón es característica de la edad Media, esa época no tenía un sentimiento de la vida como algo que fluía con sus propias leyes ni había apreciación de la historia, la propia ni la general. Y esta actitud no fue superada y corregida hasta que el espíritu de los tiempos cambió, hasta que el curso de los siglos y una larga transformación cambiaron el panorama. Por consiguiente, la persecución de los herejes no procede de la naturaleza del catolicismo sino de la actitud mental y política de la Edad Media.
El teólogo tiene medios de estudio sicológicos e históricos que le permiten tener un mayor alcance en el entendimiento de este tema y ser más cauteloso al atribuir una mala voluntad al hereje. Se ha sensibilizado ante las innumerables posibilidades del error invencible y por lo tanto excusable. (The Spirit of Catholicism, 1929, reprinted by Image Books, Garden City, NY, 1954, 182-184)
Por supuesto, debo señalar a propósito la absurda manifestación y trágica ironía de cualquier crítica moderna hacia la Iglesia sobre esos pasados siglos de escándalos, cuando en Norte América cuatro mil niños no nacidos están siendo exterminados de manera cruel y legal en el interior del vientre de sus madres, algunos de los cuales estaban por nacer cuando “esclarecidos doctores progresistas” les succionaron los sesos, corresponde a una moral y lógica ridículas e indignantes el que se critique sin fundamento a la Inquisición cuando una Inquisición mucho más horrible e injusta tendiente al holocausto y al genocidio, una guerra en contra de los niños en edad prenatal tiene lugar en nuestra época cada día. Es necesario hacer un balance moral y esparcir un poco de justa indignación en contra de este hecho, incluso el Código de Hammurabi en Babilonia en el año 1800 a. C. condenaba el aborto.
No podemos apreciar en la actualidad como sociedad la equivocación, la injusticia y el ultraje que representa el aborto, en la práctica, la única motivación para realizar un aborto es la conveniencia personal, la comodidad y el poderoso dinero, al menos la Iglesia en la Edad Media tenía un motivo meritorio para perseguir a aquellos que caían en herejía, correcto o no el motivo era para proteger a las almas de la mayoría de ser arrastradas a la perdición y con bastante posibilidad a la condenación eterna, esto es por mucho un motivo más elevado que el libertinaje sexual sin responsabilidad o el motivo monetario de los aborcionistas.
El aniquilamiento de los herejes estaba basado en la noción de que eran una amenaza para la sociedad y que podrían originar incalculables daños para las almas porque en esos días la herejía estaba considerada como dañina y peligrosa, más de lo que el crimen físico es considerado hoy. Los humanistas creen que el cuerpo muere y eso es todo, los cristianos creen que un hereje deliberado y obstinado podría arder en el infierno por siempre, de aquí la gran importancia para prevenir el esparcimiento de la herejía.
Todos coinciden en que hay casos en los que el matar no es asesinato pero poco se puede hacer en una defensa moral de lo que Stalin y Hitler hicieron, pero, por otro lado, la Inquisición vista no desde esa distorsión de su naturaleza y sin la prejuiciosa visión de algunos historiadores sino desde un punto de vista objetivo puede ser defendida desde muchos puntos de vista mas no en forma absoluta, como lo he tratado de hacer.
No pienso que la Inquisición pueda ser por completo defendible por el apologista católico y no trataré de hacer eso, en lo personal no me gusta la Inquisición pero el afirmar que no hay una diferencia esencial entre la Inquisición y el comunismo, entre la Inquisición y los excesos del nazismo, como algunos críticos del catolicismo o cristianismo tratan de hacer, es una notoria ridiculez y algo absurdo.
La herejía era considerada un crimen como parte de la legislación regular de una sociedad porque era más dañina para el individuo visto como alma inmortal que como un mero daño a su propiedad o su cuerpo. Centrándose en el pecado y el crimen, vistos en sus diferentes manifestaciones y grados, mortal y venial en teología o los grados de criminalidad en la ley penal es el grado y naturaleza del delito o culpabilidad y esto es por mucho lo que mejor ha entendido la Iglesia a través de los siglos.
Así, la Inquisición no puede ser entendida como un cruel acto de asesinato o represión como lo sería el nazismo o el estalinismo sino tan sencillo como un sistema de castigos por el bien de la sociedad así como lo son las prisiones de nuestros días. La civilización en su mayoría, en nuestros días, frunce el ceño cuando piensa en la pena capital por ser un castigo cruel e inusual y esta civilización ha desarrollado un entendimiento acerca del crimen y del castigo en la medida en que una sociedad que mata a sus niños pueda llamarse civilizada. La Iglesia también ha llegado a diferentes conclusiones en el como tratar a los herejes.
La Inquisición pudo haber estado equivocada en la aplicación de la severidad debido a las consideraciones ya presentadas pero de ninguna manera fueron asesinatos institucionalizados, un gobierno puede sentenciar a muerte a una persona inocente y sin embargo no es asesinato en sí. Puede ser una gran injusticia o una imitación de la justicia basada en un error o falta de evidencia pero el fin último del estado es actuar en buena conciencia de acuerdo a la cantidad de pruebas que posee. Al estado se le reconoce el poder de la espada en el pensamiento bíblico cristiano (Romanos 13) y la policía tiene este poder.
La Iglesia se ha dado cuenta que dentro de un ambiente de derechos de la libertad individual y conciencia guiada es más efectiva una aproximación que en el castigo temporal a los herejes, porque las causas de la herejía son consideradas muy complejas y no ceden ante el juicio duro y expeditivo. En esos días casi todos los Estados eran seculares y existían entidades que ponían en efecto las ejecuciones, ese estado de las cosas es imposible en la actualidad incluso si la Iglesia deseara perseguir a los herejes. Los secularistas adoptaron el relativismo y concluyeron que al no existir una verdad determinada en asuntos espirituales y teológicos y por supuesto en ningún otro asunto, la herejía es un asunto sin sentido y toda creencia debe existir en la medida en que no dañe a nadie eso sí excluyendo a los niños en la etapa prenatal.
Por otro lado, en la Iglesia la herejía todavía es considerada como peligrosa en extremo pero se ha decidido que no es castigable con la muerte física o la persecución coercitiva, como resultado del crecimiento del poder temporal dentro de la Iglesia surgieron violentas y maliciosas herejías como el Donatismo, Arrianismo y albigenismo así como varios efectos en el pensamiento medieval.
El uso de la tortura es uno de los aspectos que desacredita a la Inquisición pero esto ha sido tratado con exageración de manera especial en los métodos que utilizaba. En nuestros días, la policía interroga a los sospechosos utilizando métodos sicológicos en su mayoría sin embargo no descarta el uso de la fuerza física, lo mismo ocurre con los prisioneros de guerra y espías, es irónico que los Estados sigan usando los métodos por los que la Iglesia Católica es reprobada siempre, sin embargo ésta última hace mucho que los ha dejado de utilizar mas los reproches no han cesado.
Buena parte de la razón por la que la Iglesia es criticada con severidad es la hostilidad hacia la Edad Media que se ha alojado en la sociedad moderna G. K. Chesterton hizo dos brillantes observaciones al respecto:
Hay algo extraño cuando traemos a la memoria a la Edad Media siempre es de una manera áspera y medio grotesca, ¿por qué siempre recordamos a la Edad Media con cosas absurdas? pocas personas en la actualidad saben que una gran cantidad de brillante filosofía, una metafísica delicada y una clara y digna moral está implícita en los escritores serios de la Edad Media, pero parece que solo hemos asimilado las partes más toscas y bufonescas de ésa época a las que hemos etiquetado como humanas y poéticas, presumimos la ignorancia del medievalismo mas nos hemos contentado con ser unos ignorantes del conocimiento de la Edad Media, cuando hablamos acerca de la Edad Media es para hacer énfasis en lo pintoresco, recordamos que la alquimia es medieval y que las heráldicas también mas olvidamos que el Parlamento es medieval, todas las Universidades son medievales, las empresas son medievales, la pólvora y la imprenta son medievales y que muchas de las cosas que gozamos en la actualidad y que contribuyen al progreso tuvieron ahí su origen. (“The True Middle Ages,” The Illustrated London News, 14 July 1906)
La Iglesia primitiva era ascética pero probó que no era pesimista por la sencilla razón que los condenaba, el credo declaró que el hombre era pecador mas no declaró que la vida fuese el mal, la condenación de los primeros herejes es considerada como algo estricto e inflexible pero fue la prueba contundente de que la Iglesia tenía la intención de ser fraternal y tolerante, probó que los primeros católicos estaban ansiosos de explicar que no consideraban al hombre por completo vil, que no pensaban que la vida fuese miserable sin remedio ni que el matrimonio fuese un pecado o que la procreación una tragedia. (The Everlasting Man, Garden City, NY: Doubleday Image, 1925, 223)
Lo que he tratado de hacer es plantear interrogantes acerca de cómo es descrita por lo común la Inquisición, las motivaciones detrás de ésta y porqué no es una prueba en contra del origen divino de la Iglesia, hubieron malos inquisidores así como hubieron malos Papas, obispos y sacerdotes sin embargo no tantos como es pensado en automático, como cuando la BBC sacó un especial por TV y la tesis eran los “grandes crímenes” de la Inquisición en España, por supuesto de una forma escandalosa y calumniosa haciendo eco de exageraciones de historiadores y la cultura popular.
Mientras el castigo siga existiendo en la sociedades civiles e incluso la pena de muerte para castigar los crímenes en contra de las personas y sus propiedades no es del todo incomprensible el que alguna vez la Iglesia fuese partidaria de ese tipo de castigos en contra de las personas que cometían crímenes en contra del alma y de la verdad espiritual que de lo contrario hubiesen llevado a muchas personas al fuego eterno del infierno. En este punto realizaremos un acercamiento diferente al tema más cercano a la Iglesia primitiva de los apóstoles. No somos más culpables de “asesinato” en masa de lo que las sociedades civiles lo son cuyas policías matan a sospechosos, soldados matan enemigos o el Estado ejecuta criminales seriales. La Inquisición fue la aplicación de la justicia civil como era entendida en la mentalidad medieval con algunas premisas defectuosas como quién debería ser tratado como criminal.
Concluiré con las palabras de Michael W. Martin, apologista católico en internet:
Encontraremos un panorama completamente diferente si abordamos el tema desde el punto de vista de lo que era considerado herejía por la Iglesia y la forma en que se llevaron a cabo las ejecuciones. En el siglo IV los priscilianos causaban muchos disturbios, fueron declarados herejes y fueron excomulgados por la Iglesia, sin embargo, el problema no terminó ahí, el Imperio autodeclarado cristiano estaba preocupado por la inestabilidad en el orden civil causado por los priscilianos y decidió imponer pena de muerte como castigo a esta herejía, San Martín de Tours estaba horrorizado por el proceder del Estado pero sus protestas fueron atendidas por oídos sordos, el ESTADO entonces los ejecutó dejando claro que la Iglesia no estaba involucrada en tales hechos.
Otro ejemplo fueron los herejes donatistas ellos tenían un ejército de campesinos conocidos como circumcelliones, turbas donatistas, circelliones o milites Christi agnostici, éstos entrarían a los poblados maltratarían e incluso matarían al clero regular e instalarían a sus propios prelados. De nuevo el Imperio intervino para reestablecer el orden y los herejes fueron ejecutados, y de nuevo fue el Estado y no la Iglesia. San Agustín estaba harto de la violencia de los circumcelliones y admitió que era necesario el uso de la fuerza, en ese entonces la gente era arrastrada por las calles e incluso asesinada y llega un punto en el cual el uso de la autoridad es adecuado y necesario.
En general la Iglesia ha tenido y tiene muy poca autoridad temporal, por ejemplo hubo un grupo de personas que entró en la catedral de san Patricio en Nueva York interrumpieron la Misa y causaron bastante desorden mientras el Cardenal estuvo ahí. ¿a quién hubo que llamar, a la Guardia Suiza del Vaticano? No, llamaron a las autoridades civiles para restaurar el orden y tal como es hoy, durante toda la historia de la Iglesia cualquier autoridad temporal ejercida por la Iglesia de hecho provenía en gran parte de la autoridad civil. Los prelados de la Iglesia no tenían grandes ejércitos o policía el rey o el Estado sí. De esta manera, cuando surgían problemas que requerían el uso de la fuerza temporal era el Estado el que lo ejercía en general y de la forma en que lo deseaba tal como sucedió en el ejemplo actual en Nueva York.
El caso típico de la Edad Media era el que una persona fuera acusada de herejía o brujería, la Iglesia procesaría al acusado y si lo encontraba culpable podría remitirlo a las autoridades civiles para que recibiera su castigo, las autoridades civiles fijarían la pena que por supuesto no era infrecuente que fuera la pena de muerte pero este era el castigo habitual para los crímenes más graves y la herejía era uno de ellos.
Una parte de la razón por la que la pena de muerte era ejercida para castigar la herejía era que ésta era fuente de malestar en la sociedad. Los romanos vieron en los cristianos a unos herejes con una noción divina equivocada y vieron en esto un potencial debilitamiento del Imperio y por lo tanto los cristianos fueron echados a los leones como alimento. Ahora traslademos el Imperio al cristianismo entonces son las herejías las que se convierten ahora en un problema, como los priscilianos, podría agregar que muchos católicos perdieron sus vidas bajo el reinado de Enrique VIII y su hija Elizabeth porque fueron considerados herejes y en oposición al Estado, lo mismo sucedió en Alemania y Suiza con los luteranos y calvinistas len donde a ejecución de herejes no es una situación histórica o cultural extraordinaria.
Ahora cualquiera que piense que el Estado ejecutó la voluntad absoluta de la Iglesia un día después de que Constantino declaró cristiano al estado es un inconcebible ignorante de la más elemental historia. Algunos emperadores y reyes han sido los mayores herejes de la cristiandad, revísese la controversia arriana, cuando un emperador se convertía al arrianismo, los arrianos negaban que Jesús fuera Dios, éste empezaba una persecución imperial en contra de los que ostentaban la verdadera fe, los grandes como san Atanasio, san Ambrosio y san Hilario fueron exiliados a partes remotas del imperio por rehusarse a las órdenes del emperador y adoptar el arrianismo otros murieron en la defensa de la divinidad de Jesús.
La doctrina de la Iglesia se formula a través de las declaraciones de los Concilios y las Encíclicas Papales, no existe ningún documento doctrinal de la Iglesia declarando que “las brujas deben llevarse a la hoguera” y reto a cualquiera a que presente un documento oficial por el estilo. Si se me permite dar un ejemplo, si alguien en el gobierno dice que algo está contra la ley no significa que de manera automática esté en contra de la ley. La doctrina como la ley civil lleva un proceso en su promulgación. Como no tengo duda, algunos miembros de la Iglesia han hecho ese tipo de declaraciones pero esto no significa que es una enseñanza autorizada de la Iglesia y no es mayor que el caso hipotético en que el presidente declarara que vestirse de color azul ahora es ilegal.
No dudo que algunos funcionarios de la Iglesia consideraron prudente declarar eso ya que las brujas tenían el supuesto poder de matar a voluntad, revísense los casos de las brujas de Salem. Tampoco dudo que algunas brujas hayan sido quemadas con la complicidad de algunos funcionarios de la Iglesia, sin embargo ¡esto dista mucho de alguna declaración doctrinal que diga que uno debe creer que las brujas tengan que ser quemadas!
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Defensa de la Inquisición

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Título: Defensa de la Inquisición
Autor: Jean-Claude Dupuis
Original en inglés: Defense of the Inquisition
Tomado de la página de la SSPX distrito EEUU
Traducción: Alejandro Villarreal -2011-
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Publicado originalmente en la revista ‘The Angelus’ de noviembre de 1999. Este artículo es una oportuna defensa de un capítulo tan distorsionado en la historia de la Iglesia.
Los supuestos horrores de la Inquisición generalmente encabezan la lista de argumentos de los enemigos de la Iglesia, Voltaire habló de “un tribunal sangriento, de terrible memoria, sobre el poder monacal” [1]. La leyenda negra de la Inquisición ha impregnado nuestras mentes a tal punto, que hoy, la mayoría de los católicos es incapaz de defender esta época de la historia de la Iglesia. En el mejor de los casos, estos católicos la justifican invocando peores barbaridades que suceden en nuestra “iluminada” época, pero es más frecuente que muchos se unan al coro de anticlericales que atacan el tribunal del Santo Oficio.

En su carta del jubileo del año 2000, el mismo Santo Padre denunció la Inquisición:
35. Otro capítulo doloroso sobre el que los hijos de la Iglesia deben volver con ánimo abierto al arrepentimiento está constituido por la aquiescencia manifestada, especialmente en algunos siglos, con métodos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio a la verdad. (§35) [2]
[http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_letters/documents/hf_jp-ii_apl_10111994_tertio-millennio-adveniente_sp.html]
Sin embargo, los santos quienes vivieron en la época de la Inquisición nunca la criticaron, excepto para quejarse que ésta no reprimía suficientemente la herejía. El Santo Oficio revisó los escritos espirituales de Santa Teresa de Ávila, para verificar si no eran parte de un caso de falso misticismo, ya que en ese tiempo hubo muchos casos de falsos místicos entre los “Alumbrados” de España [3]. Muy lejos de ver esto como un sistema de intolerancia, Santa Teresa confió con tranquilidad en el juicio del tribunal, el cual, de hecho, no encontró nada sospechoso en sus escritos. Ahora, los santos nunca fueron temerosos para denunciar los abusos del clero, por supuesto, esta era una de sus principales funciones. ¿Cómo se considerará el hecho que la Iglesia ha canonizado a no menos de cuatro Gran Inquisidores: Pedro Mártir (murió en 1252), Juan de Capistrano (murió en 1456), Pedro de Arbués (murió en 1485) y Pío V (murió en 1572)? Santo Domingo (m. 1221) por supuesto ha sido asociado al tribunal de la Inquisición como representante papal.
De hecho, la crítica a la Inquisición por parte de autores católicos no comenzó a aparecer sino hasta en siglo XIX, y sólo entonces entre los católicos liberales, ya que los ultramontanos, clérigos que creían con mayor fervor y apoyaban con mayor intensidad las políticas papales en asuntos eclesiásticos y políticos, defendían vigorosamente al tribunal [4]. Antes de la Revolución Francesa, el discurso contra la Inquisición estaba en el terreno protestante. El historiador Jean Dumont, quien actualmente es el mejor apologista de la Inquisición [5], observa que los grabados del siglo XVI, que ilustran escenas de autos de fe, habitualmente muestran edificios con tejados. Este tipo de arquitectura se podía encontrar en aquellos tiempos en los Países bajos y en el valle del Rin, pero no en España. Este detalle revela el origen protestante de los grabados, en efecto, la leyenda negra de la Inquisición es producto de la propaganda protestante, la cual pasó a ser parte, en el siglo XVIII, de la filosofía de los “iluminados”, hasta continuar en el anticlericalismo masónico, y en el siglo XX a la “democracia cristiana”.
No obstante, los estudios históricos más serios han reconocido que la Inquisición era un tribunal honesto, el cual buscó convertir a los herejes más que castigarlos; condenó a relativamente pocas personas a la hoguera y sólo empleaba la tortura en casos excepcionales [6]. Sin embargo, el mito difamatorio de la Inquisición todavía circula en la opinión pública. Voltaire dijo que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Pero la razón fundamental de la persistencia de este mito parece ser este: Uno puede trabajar en vano en demostrar que la Inquisición no era tan terrible como se cree que fue, esto no convencerá a las mentes modernas, ya que su principio de intolerancia religiosa es inaceptable hoy. Así que, para entender el acontecimiento histórico de la Inquisición uno debe entender la doctrina tradicional de la Iglesia sobre libertad religiosa.
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El poder de la restricción o coacción religiosa
El Concilio Vaticano II proclamó el principio de la libertad religiosa de la siguiente manera:
Esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos. (Dignitatis Humanae, art. 2)
[http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decl_19651207_dignitatis-humanae_sp.html]
Es evidente que el principio fundamental de la Inquisición está en oposición con esta doctrina, principio que hizo de la herejía un crimen del orden común, y los ojos modernos sólo pueden rechazarlo.
Sin embargo, este principio de libertad religiosa está en completo desacuerdo con la tradición de la Iglesia. El Syllabus Errorum (1864) particularmente condena las siguientes proposiciones:
24. La Iglesia no tiene el derecho de usar la fuerza y carece de todo poder temporal directo o indirecto. Letras apostólicas: “Ad apostolica”, del 22 de agosto de 1851.
77. En la época actual no es necesario ya que la religión católica sea considerada como la única religión del Estado, con exclusión de todos los demás cultos. Aloc. “Nemo vestrum”, del 20 de junio de 1855.
79. Porque es falso que la libertad civil de cultos y la facultad plena, otorgada a todos, de manifestar abierta y públicamente las opiniones y pensamientos sin excepción alguna conduzcan con mayor facilidad a los pueblos a la corrupción de las costumbres y de las inteligencias y propaguen la peste del indiferentismo. Aloc. “Numquam fore”, del 15 de diciembre de 1856.
[http://www.statveritas.com.ar/Magisterio%20de%20la%20Iglesia/SYLLABUS_ERRORUM.pdf]
La doctrina del Syllabus reconoció para la Iglesia y para el Estado un poder de restricción o coacción en materia de religión y estaba en armonía con la tradición católica. El Papa león X (1513-1521) específicamente condenó las proposiciones de Martín Lutero, las cuales afirmaban que la Iglesia no tenía el derecho de quemar herejes. Belarmino y Suárez también defienden el derecho de la Iglesia para imponer la pena de muerte, con la condición de que la sentencia sea ejecutada por el poder secular, es decir, por el Estado [7]. Santo Tomás de Aquino apoyó el uso de esta limitación, incluso física, para combatir la herejía. San Agustín apeló a la autoridad imperial (romana) para suprimir el cisma donatista por la fuerza. En el Antiguo Testamento se castigó a los idólatras y blasfemos con la muerte.
El poder de coacción en materias religiosas descansa sobre el principio de los deberes del Estado para con la verdadera religión. La ley divina no se aplica sólo a los individuos, se debe incluir toda la vida social. El Cardenal Ottaviani realizó un resumen de las consecuencias de esta doctrina [8]:
1. La creencia o profesión religiosa social, no sólo privada en las personas;
2. Una legislación inspirada en el concepto total de la unión con Cristo;
3. La defensa del patrimonio religioso de las personas en contra de los asaltos que tienen como finalidad privarlos del tesoro de su fe y/o paz religiosa. (Duties of the Catholic State in Regard to Religion, 1953, translated by Fr. Denis Fahey, C.S.Sp., p.7.)
Los partidarios de la libertad religiosa [del CVII] siempre invocan la tolerancia y la caridad evangélica como opuestas a la doctrina tradicional de la Iglesia en su tarea de no tolerar las falsas religiones. Esta oposición es, sin embargo, un mero sofisma. Ciertamente, Nuestro Señor Jesucristo era tolerante con los pecadores, pero mostró implacable severidad hacia los herejes de su tiempo, es decir, con los fariseos. Los modernistas evitan citar los pasajes del Evangelio que muestran esta inflexibilidad divina. ¿Acaso no es la condenación lo que se obtendrá por no creer (San Marcos XVI,16), una aflicción mucho más espantosa que cualquier castigo impuesto por tribunal humano? Inclusive San Juan prohíbe dar la bienvenida a los herejes (2 San Juan 10). San Pablo milagrosamente priva de la vista a Elimas, mago y falso profeta [9]. San Pedro no vacila en castigar con la muerte a Ananías y Safira por robarle a la comunidad (Hechos V,1-11).
En el verdadero Evangelio no existe ningún ejemplo sobre moral y doctrina laxas y que los modernistas califican como “tolerancia” y “libertad de conciencia”. Jesucristo era paciente y misericordioso con los pecadores arrepentidos, pero Él nunca le reconoció derechos a los errores y expuso y condenó públicamente a quienes con obstinación propagaban errores. La Inquisición adoptó esta actitud hacia los herejes, a semejanza de Nuestro Señor.
El argumento contra la Inquisición descansa también bajo la confusión entre libertad de conciencia y libertad religiosa. El acto de fe debe ser consentido libremente, partiendo del hecho que constituye un acto definitivo de amor a Dios. Un amor forzado no puede ser verdadero amor, esta es la razón por la que la Iglesia siempre se ha opuesto a las conversiones forzadas. La famosa imagen de Epinal que muestra a un monje español presentándole a un indígena el crucifijo mientras en la otra mano blande una espada amenazante, es otro fruto de la propaganda protestante. Si unos pocos príncipes ocasionalmente forzaron a los pueblos que conquistaban a bautizarse, como por ejemplo Carlomagno en Sajonia (aprox. 780), estos fue hecho en contra de la voluntad de la Iglesia.
Pero, si la Iglesia reconoce la libertad de conciencia que brota de lo profundo de los corazones de los individuos, si el individuo es libre, a costa de su salvación, si rechaza la fe, no se sigue que esté autorizado a propagar sus errores que podrían llevar a otras almas al infierno. Así, la Iglesia respeta la libertad de conciencia de los individuos, pero no la libertad de expresión de las falsas doctrinas.
No obstante, mientras que la Iglesia niega el principio del derecho a la expresión pública a las falsas religiones, no necesariamente los perseguirá públicamente en la práctica. Para evitar un mal mayor, como una guerra civil, la Iglesia puede tolerar a las sectas. Esta es la razón por la que Enrique IV promulgó el Edicto de Nantes (1598), el cual otorgaba cierta libertad a los protestantes de Francia, pero esta tolerancia no constituye un derecho. Cuando las circunstancias políticas lo permiten, el Estado debe restablecer los derechos exclusivos del catolicismo, como lo hizo Luis XIV al revocar el Edicto de Nantes en 1685. Más aún, el papa felicitó al “Rey Sol” por esta acción.
Naturalmente, la doctrina tradicional de la Iglesia sobre la intolerancia religiosa sólo es aplicable en aquellos países donde el Estado es oficialmente católico. La armonía entre el sacerdocio y el imperio se manifiesta por el orden normal de las cosas dentro de la sociedad. A este respecto, la Inquisición fue un modelo de acuerdo entre la Iglesia y el Estado, ya que este tribunal ejercitaba una jurisdicción mixta, tanto religiosa como civil.
La idea central que justifica a la Inquisición es que una herejía profesada públicamente es un delito similar a cualquier otro del orden común [10]. Siendo la religión la base de la moral, y la moral la base del orden social, se sigue que una falsificación de la fe conduce, en última instancia, a un atentado en contra del orden social. Santo Tomás comparó a los herejes con los falsificadores, quienes durante la Edad Media fueron condenados a la hoguera. Así, el Estado como guardián del orden público tiene el deber de combatir la herejía, pero en su papel de poder temporal no tiene competencia para distinguir entre herejía y ortodoxia, por esto debía descansar en un tribunal eclesiástico.
Recuérdese que todo lo que la Inquisición hizo no estuvo motivado en la opinión privada de los herejes, sino solamente en la propagación pública de la herejía. La Inquisición no cometió ninguna falta en contra de las conciencias individuales, sino que actuó en contra de las actividades públicas de los herejes.
Para entender la lógica de la Inquisición, uno debe liberarse de la peculiar mentalidad naturalista de nuestra cultura contemporánea. En las sociedades cristianas del “Ancien Régime” [antiguo régimen], la vida sobrenatural era más importante que la natural. Si se castiga severamente, inclusive con la muerte, al asesino del cuerpo, con mucha mayor razón uno debe esperar un castigo mucho más estricto, o tan estricto, hacia quien conduce a las almas al infierno, ya que la pérdida de la vida eterna es mucho mayor que la pérdida de la vida temporal.
Obviamente, es una visión del mundo que considera que la lógica de la Inquisición descansa sobre el principio de la realidad objetiva de la verdad y el error, sobre la certidumbre de la fe católica y sobre la creencia en la condenación eterna. Estas ideas simplemente son incapaces de ser asimiladas por las mentes modernas empapadas de relativismo. En efecto, una mente relativista es incapaz de entender el fenómeno de la Inquisición, se escandalizará por la “barbarie” de épocas pasadas y por el “oscurantismo” de la Iglesia, se complacerá con realizar juicios inapropiados respecto a los tiempos que critica. Pero el historiador debe comprender y explicar, y al hacer esto, debe desprenderse de los sistemas del presente y debe ponerse en el lugar de la mentalidad de la época que estudia [11]. Sólo así será capaz de comprender el fenómeno de la Inquisición y lo llevará, casi inevitablemente como veremos, a justificar las acciones de este tribunal.
Generalmente se hace una distinción entre dos clases de Inquisición: La Inquisición medieval (1233-siglo XVIII) y la Inquisición española (1480-1834). Frecuentemente, la primera es llamada la Inquisición pontificia y la segunda la real o monárquica, pero esta distinción no está justificada, ya que ambos tribunales fueron creaciones conjuntas de la Iglesia y el Estado. Algunos autores católicos bien intencionados, aunque pobremente informados, establecieron esta distinción con el fin de quitar responsabilidad a la Iglesia sobre los “horrores” de la Inquisición, transfiriéndola a los reyes de España en lugar de los papas [12]. Según ellos, existió una buena Inquisición medieval que sólo procuraba proteger la fe, y la malvada Inquisición española tenía como fin reforzar el absolutismo monárquico. Pero esta distinción no está bien fundamentada, la Inquisición española no fue más violenta o más política que la medieval, las dos inquisiciones se distinguen de mejor manera, una de otra, por la naturaleza de los enemigos a quienes combatían: los Cátaros y los Marranos.
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El peligro cátaro
El Catarismo se esparció a través de toda Europa entre los siglos XI y XIII. Fue particularmente prolífico en Languedoc, al sur de Francia, en la ciudad de Albi, de donde toma su nombre el Albigenismo, que es como también se denomina a esta herejía. La palabra “cátaro” viene del griego “katharos” y significa “puro”. Actualmente, el Catarismo no es propiamente llamado una herejía cristiana, sino que es considerado otra religión [13]. Su origen es oscuro, pero su doctrina extrañamente se aproxima a las filosofías gnóstica y maniquea, las cuales circularon en Medio Oriente durante los siglos III y IV. Nótese también que la Francmasonería clama ser el origen de la iniciación en los misterios del Catarismo, a través de intermediarios conocidos como Templarios.
Según los cátaros, dos principios eternos dividen el universo, el bueno ha creado el mundo de los espíritus y el malo al mundo material. El hombre es la unión de estos dos principios, él fue un ángel caído aprisionado en un cuerpo, su alma se originó en el buen principio, pero su cuerpo se formó en el malo. El objetivo del hombre entonces es liberarse a sí mismo de lo material por medio de la purificación espiritual, la cual frecuentemente necesita de reencarnaciones sucesivas.
Como todos los herejes, los cátaros afirmaron que su doctrina constituía el verdadero cristianismo. Ellos mantuvieron una terminología cristiana al mismo tiempo que distorsionaron los dogmas. Ellos decían que Jesucristo era el más perfecto de los ángeles y que el Espíritu Santo era una criatura inferior al Hijo. Ellos idearon la contradicción entre al Antiguo y el Nuevo Testamento, llamando al primero producto del mal principio y al segundo, producto del buen principio. Ellos negaron la Encarnación, la Pasión y la Resurrección de Jesús. Afirmaron que la Redención manaba de las enseñanzas evangélicas más que de la muerte en la cruz.
Los cátaros decían que la Iglesia católica se corrompió desde la época de las concesiones de Constantino y rechazaron todos los sacramentos. Definitivamente, el Catarismo era una forma de paganismo con una pizca de cristianismo y que recuerda al Budismo en algunos puntos.
El mundo material entonces, es intrínsecamente malo, la ética cátara condena todo contacto con la materia. El matrimonio y la procreación estaban prohibidos ya que no debían colaborar en el trabajo de Satanás, quien busca aprisionar a las almas en sus cuerpos. Y ya que la muerte constituía su liberación, el suicidio era recomendado entre ellos. Ellos aplicaban la “endura” o suspensión de alimentos a los enfermos, e incluso algunas veces a los niños para acelerar su regreso al cielo de las almas. Los cátaros se negaban a realizar juramentos bajo el pretexto de que a Dios no debería mezclársele en asuntos temporales, y así condenaban también cualquier forma de riqueza.
Últimamente, los cátaros desearon alcanzar un estado de “des-encarnación”, similar a la de los faquires o ascetas hindús. Aún más, los cátaros negaron el derecho del Estado para hacer la guerra y castigar a los criminales.
Obviamente, tal programa no atraería muchos discípulos, por lo que el Catarismo estableció dos clases de fieles: los “perfectos” y los simples creyentes. Los primeros, pocos en número, eran los iniciados, quienes vivían en monasterios y quienes se conformaban de forma absoluta con la moral y filosofía cátara. Los segundos, la vasta mayoría, eran liberados de las obligaciones morales, obviamente en los aspectos sexual y comercial.
Los cátaros no estaban sujetos a las reglas cristianas que prohíben la usura y las cuales imponen el principio del precio justo. Junto a esto, al simple creyente se le aseguraba que iría al cielo si, antes de morir, recibía el “consolamentum”, una especie de extremaunción.
El libertinaje, la anticoncepción, el aborto, la eutanasia, el suicidio, el capitalismo brutal, un intenso materialismo y la salvación para todos; es pasmoso darse cuenta a qué grado la moral cátara refleja el liberalismo de nuestros días.
Entonces, a los cátaros se les enseñaba una moral de dos grados: el ascetismo para la minoría y el libertinaje para la mayoría, con la añadidura de la garantía de la eterna salvación a un precio módico. Ahora uno entiende la razón por la que su doctrina es tan exitosa.
Sin embargo, la vasta mayoría del pueblo permaneció fiel al catolicismo, los cátaros fueron reclutados de entre los comerciantes de las ciudades, ellos no eran muy numerosos, quizás entre el 5 al 10% de la población de Languedoc, pero eran ricos y poderosos. Algunos de ellos practicaron la usura, el conde de Toulouse, Francia, el más importante señor de Languedoc, se adhirió a su causa.
Por lo tanto, los cátaros no eran pobres ovejas indefensas, víctimas de “fanáticos inquisidores”, por el contrario, ellos formaron una poderosa y arrogante secta que propagaba una doctrina inmoral, oprimían a los campesinos católicos y perseguían a los sacerdotes. Ellos incluso tuvieron éxito en asesinar a un Gran Inquisidor, San Pedro Mártir, también conocido como San Pedro de Verona.
La Iglesia mostró una gran paciencia antes de tomar medidas en contra del peligro cátaro. La herejía albigense fue condenada por el Concilio regional de Toulouse en 1119, pero hasta 1179 Roma estuvo satisfecha cuando envió predicadores a Languedoc, a hombres como San Bernardo y Santo Domingo, estas misiones tuvieron poco éxito.
En 1179, el Tercer Concilio Laterano pidió a las autoridades civiles que intervinieran, el rey de Francia, el rey de Inglaterra y el emperador de Alemania ya habían comenzado acciones por su propia iniciativa, con la supresión del Catarismo, el cual estaba amenazando el orden social con sus perversas doctrinas, a la familia y al compromiso hacia los juramentos.
Recordemos que el sistema feudal descansaba sobre el juramento de un hombre sobre otro, la negación del valor del juramento fue tan grave en la sociedad medieval como lo sería la negación de la autoridad en la legislación moderna.
Adicionalmente, los predicadores cátaros fomentaban la anarquía y dirigían bandas armadas, las cuales eran llamadas con diferentes nombres según el país: “cotereaux” (corta gargantas), “routiers” (asaltante de caminos), patarinos (traperos), etc. Estas bandas saqueaban las iglesias, asesinaban a los sacerdotes y profanaban la Eucaristía. Los cátaros fueron tan violentos y sacrílegos como los protestantes del siglo XVI o los revolucionarios de 1793. En 1177, el rey de Francia, Felipe Augusto, tuvo que exterminar una banda de 7 mil de estos dementes, y el obispo de Limoges tuvo que oponerse a 2 mil anarquistas. Escenas idénticas ocurrieron en Alemania e Italia en 1145, Arnaldo de Brescia y sus “patarinos” sitiaron con éxito Roma y expulsaron al papa. Ellos proclamaban la república y permanecieron en el poder por diez años antes de ser vencidos y condenados a la hoguera por el emperador alemán Federico Barbarroja. El Catarismo, entonces, provocó el desorden social en toda Europa y predominó en Languedoc.
En 1208, los hombres de Raymundo, conde de Toulouse, asesinaron al legado pontificio, el beato Pedro de Castelnau. Finalmente, Inocencio III decidió predicar la Cruzada Albigense, fue dirigida por franceses del norte, bajo las órdenes de Simón de Monfort. Los cátaros resistieron durante cuatro años (1209-1213) y tomaron las armas nuevamente en 1221, lo cual demuestra la fuerza que poseían. Su última fortaleza, Montségur, no cayó hasta 1244, pero a pesar de todo esto el Catarismo no desapareció, se transformó en una sociedad secreta, un tanto a la manera de la Francmasonería.
Como en todas las guerras, la Cruzada Albigense fue ocasión para los excesos. La toma de Béziers (1209) fue una verdadera matanza, fue imposible distinguir a los cátaros de los católicos entre la población de la ciudad. La siguiente expresión se le atribuye al legado pontificio, Arnaldo de Citeaux: “Mátenlos a todos, Dios reconocerá a los suyos”. Estas palabras probablemente son apócrifas y pueden ser consideradas dentro del repertorio de prejuicios anticlericales, pero éstas reflejan al mismo tiempo un hecho indudable: los cátaros, quienes por mucho tiempo se ganaron el desprecio de los pueblos por su inmoralidad y práctica de la usura, corrían el riesgo de un linchamiento general.
Pero la Inquisición previno esta matanza al distinguir entre los herejes y los ortodoxos, entre los líderes y los seguidores, y al aplicar castigos proporcionales a los diversos grados de herejía.
Finalmente, la Inquisición fue una labor humanitaria. Mientras que castigaba severamente a los líderes, era indulgente con la masa de los cátaros, quienes eran más víctimas que responsables de la herejía. Al descubrir a los herejes incógnitos, previno el renacimiento del Catarismo junto con todos los desórdenes sociales y morales, que esta doctrina provocaba.
Un historiador, aunque hostil hacia la Inquisición, no duda en concluir que durante la Cruzada Albigense:
“La causa ortodoxa (católica) no era otra que la de la civilización y el progreso… Si esta creencia (el Catarismo) hubiera reclutado a la mayoría de los fieles, hubiera resultado en arrojar a Europa hacia los tiempos primitivos del salvajismo” [14].
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El peligro de los Marranos
Ahora saltemos unos cuantos siglos después y crucemos los Pirineos, la cadena montañosa que comparten Francia y España, con el fin de estudiar otra gran amenaza que la Inquisición fue capaz de contener exitosamente: el peligro de los Marranos.
La España medieval se dividía en varios reinos cristianos y musulmanes. En 1469 el matrimonio de Isabel, reina de Castilla, con Fernando, rey de Aragón, facilitó la unificación de España y permitió que se llevara a cabo la “Reconquista” al tomar Granada en 1492.
Había también en España, desde el comienzo de la Edad Media, una considerable comunidad judía. Las sociedades judías, cristianas y musulmanas no estaban divididas, incluso cuando sus relaciones no eran siempre armoniosas. Un gran número de judíos se habían convertido al catolicismo, pero continuaron practicando el judaísmo en secreto.
Considérese que el Talmud permite a los judíos fingir su conversión con el fin de evitar las persecuciones, los judíos que fingían ser cristianos fueron llamados “Marranos”.
Al contrario de lo que uno podría pensar, los Marranos no se convirtieron bajo amenaza, aunque España tenía experiencia con los pogromos desde 1391. Los Marranos buscaron infiltrar a las sociedades cristianas para controlarlas, su estrategia de alianzas matrimoniales era muy efectiva, ya en el siglo XVI la mayoría de las familias nobles españolas contaban con ancestros judíos. Cervantes hizo alusión a este fenómeno de promoción social, Sancho Panza dice a Don Quijote:
“que yo cristiano viejo soy, y para ser conde esto me basta. Y aun te sobra —dijo don Quijote” [Parte I, cap. 21] [15]
Isabel de Castilla estuvo a punto de contraer matrimonio con un acaudalado prestamista Marrano llamado Pedro Girón, pero Dios no lo permitió. El usurero castellano [16] falleció sobre el camino que lo llevaría con su prometida, después de haberse negado a recibir los sacramentos cristianos y de haber blasfemado el Santo Nombre de Jesús.
Los Marranos no se contentaron con infiltrar a la nobleza española, también infiltraron a la Iglesia. En esa época, hacer una cosa conllevaba a la otra, pues los cargos más altos del clero generalmente pertenecían a la nobleza. En realidad, algunos sacerdotes Marranos enseñaron el Talmud en sus iglesias. El obispo de Segovia, Juan Arias de Ávila, dio sepultura judía a sus padres, quienes abjuraron del cristianismo. El obispo de Calahorra, Pedro de Aranda, negó la Trinidad y la Pasión de Jesucristo. La Enciclopedia Judaica Castellana afirma que los Marranos “instintivamente buscaron debilitar al catolicismo español”.
En su ‘Histoire des Marranes’ (1959), el especialista judío Cecil Roth escribe:
“La vasta mayoría de los “conversos” (otra forma de referirse a los Marranos) trabajaron insidiosamente en sus propios intereses, dentro de las diferentes ramas de los cuerpos políticos y eclesiásticos, condenando frecuente y abiertamente la doctrina de la Iglesia y contaminando con su influencia a la totalidad de la comunidad de fieles.
“La judaización del catolicismo español bajo la influencia de los Marranos explica en parte la popularidad de Erasmo, precursor de Lutero, en ese país. En Roma, temían seriamente la emergencia de judíos en el reino de España”. [17]
Un segundo problema superpuesto al problema religioso fue que los Marranos habían comprado al contado las oficinas públicas de muchas ciudades de España, asfixiando a la población de cristianos viejos bajo el peso de los impuestos y la usura. Ocurrieron algunos motines de la población en contra del poder Marrano, en Toledo y en Ciudad Real en 1449. Los Marranos recuperaron el control de estas ciudades en 1467 y masacraron a gran número de cristianos viejos. Hubo un baño de sangre en Castilla (1468) y en Andalucía (1473). España estaba al borde de la guerra racial y civil, esta guerra que hubiese sido atroz fue evitada gracias a la Inquisición.
Nótese que los judíos conversos no siempre fueron Marranos, muchos entre ellos fueron sinceros católicos. Considérese a Santa Teresa de Ávila cuyo abuelo fue un Marrano condenado por la Inquisición.
De hecho, los verdaderamente conversos del judaísmo fueron los mayores enemigos de los Marranos. El rabino Salomón Halevi llegó a ser obispo de Burgos bajo el nombre de Pablo de Santa María, y Jehoshua Ha-Lorqui se convirtió en el hermano Gerónimo de Santa Fe y escribió severos escritos en contra del judaísmo.
El historiador Henry Kamen observa que los principales polemistas anti judaicos eran los mismos ex judíos. Son ellos quienes claman por un tribunal de la Inquisición para distinguir entre los falsos cristianos conversos y los sinceros cristianos nuevos. El primer Gran Inquisidor español fue Tomás de Torquemada, siendo él mismo un judío converso. Adicionalmente, se debe notar que muchos Marranos judaizaron, simplemente al influenciar dentro de su círculo familiar [de conversos], despreciando a la fe católica. Así, la Inquisición tuvo que establecer otra distinción entre los Marranos quienes conscientemente alteraron la integridad de la fe de aquellos quienes fueron víctimas por una insuficiente catequización.
La Inquisición española fue instituida por una bula papal en 1478. La acción de este tribunal protegió la integridad de la doctrina de la Iglesia en España, mientras que se evitaba llevar cabo pogromos generalizados. Al enfrentar el peligro de los Marranos, tal y como sucedió en el enfrentamiento con el peligro del Catarismo, la Inquisición buscó neutralizar a los líderes de la herejía con el fin de ser indulgente y recuperar a la mayoría de los seguidores de la herejía.
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El procedimiento inquisitorial
El procedimiento inquisitorial variaba de acuerdo al país y a los tiempos, pero se puede extraer un claro perfil básico. De manera general, se puede decir que la Inquisición daba la oportunidad al hereje para que se liberara por sí mismo, y sólo se castigaba severamente a los “irreductibles”, aquellos quienes mostraban una mayor pertinacia al negar la Fe. La Inquisición buscó educar tanto como refrenar, su acción algunas veces era una labor de erradicar supersticiones populares, que batallar en contra de la subversión. El procedimiento judicial siempre estuvo acompañado por prédica solemne.
Cuando el tribunal de la Inquisición llegaba a una ciudad se proclamaba un tiempo de gracia de aproximadamente un mes, en cuyo curso los herejes podían, por iniciativa propia, confesar sus errores con la certidumbre de obtener sólo penas ligeras, secretas y espirituales. Después de este periodo, los inquisidores podían publicar un edicto de fe que ordenaba a los cristianos, bajo pena de excomunión, denunciar a los herejes y a aquellos quienes los protegían. La Inquisición no tuvo a su disposición una policía secreta o una red de espías, contaba con la colaboración del pueblo católico, actuando de esta manera más como un guardián del orden social que como un aparato represor del Estado.
La Inquisición católica no se asemeja a las inquisiciones totalitarias del siglo XX, no intentaba encontrar traidores a cualquier precio, contrarrevolucionarios o a sus colaboradores; tan sólo tenía puesto el ojo en los propagadores públicos de la herejía, y sobre todo, en los líderes. A la Inquisición no le incumbía la conciencia de los herejes sino sólo sus acciones exteriores.
El papa confió la Inquisición medieval a los dominicos y franciscanos. Estas recién fundadas órdenes inspiraban una respetable garantía de probidad y santidad. El conocimiento teológico y canónico de los inquisidores era notable, de hecho, a la Inquisición le fueron confiadas las más finas flores de la época. Al contrario de los tribunales insurrectos de 1783, los tribunales de la Inquisición nunca fueron presididos por fanáticos corruptos o pervertidos.
El inquisidor no ofrecía su juicio sin ayuda, era auxiliado por algunos asesores, seleccionados de entre el clero local. La Inquisición fue, de cierta manera, el principio de la institución del sistema judicial moderno. Adicionalmente, el obispo examinaba las sentencias y el acusado podía apelar al papa. Así, el procedimiento inquisitorial era idóneo, incluso para las normas y criterios modernos sobre justicia. Contrario a lo que se nos ha dicho, la Inquisición frecuentemente absolvía a los procesados. Bernardo Gui [o Guidoni] ejerció la función de inquisidor en Toulouse con severidad, desde 1308 hasta 1323, él pronunció 930 juicios de los cuales 139 fueron absoluciones.
El acusado podía defenderse a sí mismo e incluso utilizar el recurso del abogado defensor, sin embargo, no siempre podía escuchar el testimonio de sus acusadores. Los historiadores han condenado severamente esta naturaleza sigilosa del procedimiento inquisitorial. Pero uno debe poner las cosas en el contexto apropiado, los herejes que la Inquisición persiguió eran ricos y poderosos, frecuentemente tenían hombres armados bajo sus órdenes, y no era raro que los testigos de cargo e incluso los inquisidores fueran asesinados. El testificar en contra de los líderes del Catarismo o de los Marranos podía ser tan peligroso como el testificar hoy día en contra de los jefes de la mafia. En 1485, el Gran Inquisidor español Pedro de Arbués fue apuñalado frente al altar por matones al servicio de los Marranos. Esta fue la razón por la que la Inquisición protegía el anonimato de ciertos testigos, se echaba mano del recurso de la interrogación secreta sólo en casos de necesidad. Pero el acusado se beneficiaba también con algunas garantías, y así, desde el comienzo del proceso podía presentar una lista de sus enemigos personales y, si el testigo anónimo se encontraba en tal lista, se desechaba automáticamente su declaración. Adicionalmente, el testimonio del acusador secreto era recibido en presencia del abogado defensor. En ese tiempo, el abogado era dispuesto por el tribunal para asegurarse que no revelaría la identidad de los testigos, pero esto tampoco demeritaba su tarea en absoluto. Varios juristas españoles se distinguieron por la calidad de sus alegatos ante los tribunales de la Inquisición.
Nótese que el principio de la denuncia anónima no era en sí mismo un procedimiento injusto como podría aparentar. Actualmente, en la provincia de Quebec, la “Ley para la Protección de Niños” permite las denuncias anónimas.
La otra gran objeción que se le hace a la Inquisición es su uso de la tortura durante los interrogatorios. Una vez más, se deben poner las cosas en el contexto adecuado. El interrogatorio inquisitorial no tiene comparación, por ejemplo, con las torturas sádicas de la Gestapo o la KGB. Fue comparativamente suave con relación a los tormentos de las cortes del orden común, donde también se imponía a los criminales de la época. Se empleaban tres métodos:
1. La Garrucha era una polea por donde pasaba una cuerda, atada a su vez a las muñecas del acusado, por medio de ésta, el acusado era elevado a cierta altura para ser soltado y detenido bruscamente, de una sola vez o en sucesivas paradas (sin tocar el suelo), lo cual infligía un dolor intenso sobre los hombros.
2. El Potro fue una cama que tenía unos postes o punzones metálicos de donde se sujetaban los miembros del acusado con cuerdas. El torturador tensaba las cuerdas y poco a poco estos punzones se enterraban en la carne del acusado.
3. La Toca era un embudo hecho de tela que permitía fluir agua hacia el estómago del acusado al punto de sofocación.
El procedimiento inquisitorial se regulaba minuciosamente en las prácticas de interrogación. Para que un acusado fuese enviado a tortura, debía ser perseguido por un crimen muy grave y el tribunal debía tener también serias sospechas de su culpabilidad. El obispo local tenía que dar su permiso, el cual protegía al acusado de un celo abusivo o de un inquisidor con mala fama. El interrogatorio no podía ser repetido, las instrucciones también estipulaban la presencia de un representante del obispo y de un médico durante la sesión de tortura, había prohibición de poner en peligro la vida del acusado y de mutilarlo, y la obligación del médico era proporcionar cuidados inmediatamente después de la sesión. Los enfermos, los ancianos y las mujeres embarazadas gozaban de condonación del interrogatorio bajo tortura. Aún más, la tortura raramente era empleada: de acuerdo a Jean Dumont corresponde sólo entre el 1 y 2% de los procesados, y según Bartolomé Bennassar, entre el 7 y el 11%.
Es sorprendente darse cuenta que la mayoría de estos acusados soportaron la tortura, y en consecuencia fueron absueltos. Uno podría pensar que si el objetivo de la tortura era obtener declaraciones inculpatorias a cualquier costo, uno debería aceptar que haciéndolo de esta manera nunca lo lograrían. Debe cuestionarse si el interrogatorio bajo amenaza de tortura no era sino sólo el último medio de defensa ofrecido al acusado, una especie de prueba judicial comparable a la “ordalía” de la Edad Media. Es mi opinión que esta hipótesis debe examinarse más a fondo.
La ordalía o “juicio de Dios” era una prueba judicial de uso común aproximadamente en AD 1000. El acusado demostraba sus declaraciones ante un tribunal por medio de la prueba del fuego, del agua o de la espada. En el primer caso sostenía entre sus manos un carbón encendido, si sus heridas sanaban dentro de cierto periodo, el tribunal concluía que su testimonio era cierto. En el segundo caso el acusado era atado y arrojado a un gran barril lleno de agua, si flotaba, lo cual era la tendencia normal debido al aire contenido en los pulmones, el tribunal concluía que había mentido, pero si se hundía, se interpretaba que estaba diciendo la verdad. En el último caso, la prueba de la espada, consistía en enfrentar a dos caballeros, representando cada uno testimonios contradictorios, la victoria resultante de uno de los dos caballeros significaba también la victoria del testimonio que representaba. La Iglesia siempre luchó en contra de la “ordalía”, el cual era un procedimiento supersticioso heredado de las viejas legislaciones paganas germánicas.
El uso de la tortura como medio de obtención de pruebas es chocante con la mentalidad moderna, pero en sí representaba un avance respecto a las “ordalías”. No se debe olvidar que el interrogatorio bajo tortura fue, en ese tiempo, empleado con mucho mayor frecuencia en los procedimientos contra los criminales del orden común [no herejes]. Adicionalmente, el Gran Inquisidor, San Juan de Capistrano, prohibió el uso de la tortura en los procedimientos inquisitoriales del siglo XV, más de 300 años antes de que lo hiciera el rey Luis XVI en los tribunales criminales de Francia, aunque la Inquisición española restableció su uso en este intervalo de tiempo.
Sin embargo, puede ser, a pesar del uso de la tortura, que el procedimiento inquisitorial represente un avance en la historia de la legislación. Por un lado, definitivamente descartó el uso de la ordalía como medio de obtención de pruebas, reemplazándola por el principio de prueba testimonial, el cual todavía tiene vigencia en las legislaciones de la actualidad. Por otro lado, se restablece el principio del Estado como fiscal o parte acusadora. Hasta ese tiempo, era la víctima la que tenía que demostrar la culpabilidad de su agresor, incluso en los procedimientos criminales más graves, esto frecuentemente era muy difícil cuando la víctima era débil y el criminal poderoso. Pero en la Inquisición la víctima no es más que un simple testigo, tal y como sucede en la actualidad. Era la autoridad eclesiástica quien ahora tenía sobre sí la carga de la prueba.
El número de herejes quemados por la Inquisición ha sido muy exagerado. Juan Antonio Llorente es el difusor original de estas cifras imaginarias, las cuales muchos estudios aún toman en cuenta [18]. Llorente fue un sacerdote apóstata quien se puso al servicio de la ocupación napoleónica en España. Después de haber calumniado a la Inquisición, destruyó los archivos que hubieran podido desmentirlo. Muchos historiadores aún se basan en estas cifras infladas basadas en su anticlerical imaginación [19]. Sin embargo, sus cifras han sido refutadas desde 1900 por Ernest Schafer y Alfonso Junco. De ahí en adelante, los historiadores honestos están de acuerdo en que el número de víctimas de la Inquisición española fue mucho menor de lo que generalmente se cree [20]. Jean Dumont habla de aproximadamente 400 ejecuciones en 24 años de reinado de Isabel la católica. Esto es muy poco en comparación con las 100 mil víctimas de las purgas de “colaboradores” en Francia de 1944-45, o las decenas de millones de personas que asesinaron los comunistas en Rusia, China y otros lugares.
Nótese también que aquellos quienes fueron condenados a muerte no siempre fueron ejecutados, sus sentencias algunas veces fueron conmutadas por prisión y sólo fueron quemados en efigie o estatua. Más aún, a los condenados no necesariamente se les quemaba vivos, si mostraban algún arrepentimiento eran sofocados antes de ser arrojados a la pira. Recuérdese también que sólo los reincidentes eran sentenciados a muerte, es decir aquellos quienes habiendo abjurado previamente recaían en su herejía.
Algunas personas se sorprenden porque la Iglesia en todas partes pide el perdón a los enemigos pero haya podido imponer la pena de muerte. Debemos observar que el principio de la labor de la autoridad pública no es el mismo que el de los fieles. El deber de caridad nos obliga a los individuos a perdonar, incluso a un criminal que haya cometido el peor de los delitos en contra de nuestros seres queridos. Pero el deber de caridad primario del Estado es proteger el orden público, defender el bienestar físico y espiritual de los sujetos. Si la pena capital es necesaria para asegurar la seguridad pública, el Estado o la Iglesia pueden recurrir a ésta. El Catecismo del Concilio de Trento (cap. 33, §1) y el Catecismo de la Iglesia Católica publicado por Juan Pablo II (art. 2266) reconocen la legitimidad de la pena de muerte.
Santo Tomás de Aquino justificó la ejecución de criminales en nada más que el temor a la muerte que frecuentemente facilita su conversión. Por supuesto, los capellanes de las prisiones pudieron atestiguar este hecho durante la época en que todavía existía la horca en Canadá, era raro ver algún condenado dirigirse al cadalso sin previamente haberse confesado con un sacerdote. Así, el castigo temporal de la muerte permitió al criminal evitar la pena eterna de la muerte, que es el infierno. De esta manera, el Estado practicaba verdadera caridad. El otorgarle la libertad, como se hace hoy bajo la pretensión del perdón, es dar al criminal la ocasión de la reincidencia en su pecado y la pérdida de su alma.
Así, la pena de muerte constituyó menos del 1% de las sentencias pronunciadas por la Inquisición. La mayor parte del tiempo los herejes fueron condenados a portar una cruz en sus ropajes, a realizar peregrinaciones, a servir en Tierra Santa o sufrir flagelación, la cual era meramente simbólica. Algunas veces el tribunal confiscaba sus bienes o los encarcelaba. Las prisiones de la Inquisición no fueron tan terribles como se dice, éstas debieron ser más cómodas que las prisiones comunes, ya que los criminales del orden común admitían haber cometido herejías con el fin de ser transferidos a éstas. Adicionalmente, los herejes frecuentemente se beneficiaban de los indultos. En 1495 la Reina Isabel proclamó un perdón general a todos aquellos a quienes la Inquisición había condenado.
La verdadera historia de la Inquisición no corresponde para nada con la leyenda negra esparcida por los enemigos de la Iglesia. Bartolomé Bennassar, quien no es un apologista del Santo Oficio, escribió en su ‘L’Inquisition espagnole, XVe-XIXe siècle’ (1979):
Si la Inquisición española hubiera sido un tribunal como los demás, no dudaría en concluir y sin temor a equivocarme, a pesar de las ideas preconcebidas, que era muy superior a los demás… Más eficiente sin duda, pero también más preciso y más escrupuloso, a pesar de la debilidad de cierto número de jueces quienes pudieron haber sido altivos, codiciosos o lascivos. Una justicia que practicaba un análisis muy atento al testimonio, el cual se llevaba a cabo por medio de meticulosos interrogatorios y que aceptaba sin dudar los desafíos de los testigos de descargo, y frecuentemente por las razones más insignificantes, una justicia que raramente empleaba la tortura y la cual, al contrario de ciertos tribunales civiles de justicia, después de un cuarto de siglo después de implacable severidad, difícilmente condenó a alguien a la pena capital y sólo administraba prudentemente el terrible castigo de las galeras. Una justicia ansiosa de educar, de explicar al acusado cuál fue su error por medio de reprimendas y consejos, y cuyas graves condenaciones sólo afectaron a los reincidentes.
(Pero) la Inquisición no puede ser considerada como un tribunal similar a otros. La Inquisición no fue encomendada para proteger personas y propiedades de las agresiones que podían afectarlas. Fue creada para prohibir creencias y cultos… [21]
Ahora hemos llegado al núcleo de la cuestión, como historiador honesto y competente, Bennassar no puede sino rechazar las calumnias que han circulado por siglos sobre el tema de la Inquisición. Pero como liberal y relativista no puede aceptar el principio que fue la base de esta institución, el cual es el poder de restricción o coerción religioso.
Después de todo, la única cosa que los liberales pueden reprochar aún a la Inquisición es haber combatido las religiones falsas. Sin embargo, esto es normal, ya que los liberales no creen que la Iglesia católica sea la única forma de salvación. Ellos tampoco comprenden la finalidad sobrenatural de la Inquisición.
Sin embargo, aquellos quienes tienen Fe, deben transmitir un juicio positivo sobre la Inquisición. Al purgar a la Iglesia católica en España de la influencia de los Marranos, el Santo Oficio salvó a España del Protestantismo y la libró de los horrores de las guerras religiosas, como las que destrozaron gran parte de Europa en el siglo XVI. Recuérdese que un tercio de la población alemana murió durante las numerosas guerras de religión que tomaron lugar entre 1520 y 1648. Si la quema de unos cuantos cientos de herejes permitió a España evitar tal conflicto, uno debe concluir que el Santo Oficio realizó un acto humanitario.
Adicionalmente, la Inquisición no sólo salvó a España, sino a toda la Iglesia. En el siglo XVI, el mundo católico estaba al borde de la ruina, atacado vehementemente por la revolución protestante en el norte y por la expansión turca otomana en el oriente. Francia, inmersa en una guerra civil, no podía ya proteger a la Iglesia, fue España quien salvó a la cristiandad, esto fue más notable durante el tiempo de la batalla de Lepanto en 1571.
A nivel interior, la Contrarreforma fue también una labor española, y si el catolicismo español fue capaz de desarrollar ese papel benéfico en el siglo XVI, fue debido a que la Inquisición defendió la integridad de la doctrina en el siglo XV. Hoy, la Iglesia y la sociedad quizás no estarían en esta lamentable condición si en los siglos XIX y XX hubiese existido una Inquisición que nos protegiera de las herejías modernas.
Ciertamente, uno no debe proponer el restablecimiento de la Inquisición, es demasiado tarde, la Inquisición sólo puede ser efectiva en una sociedad que es profundamente cristiana, es un arma defensiva, la cual no puede usarse para restaurar la Fe del mundo. Hoy la Iglesia está en la etapa de Reconquista.
Pero si hoy no existen las condiciones para restaurar la Inquisición, uno debe rehabilitarla a los ojos de la historia, con toda consideración hacia aquellos quienes aman ver a la Iglesia menospreciarse, los católicos no tienen razón para avergonzarse del pasado ni mucho menos de la labor de este santo tribunal.
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Notas
1. Voltaire, “Inquisition,” Dictionnaire philosophique, dans OEuvres complètes, t.VII, Paris, Ed. Th. Desoer, 1818, pp.1309-1319.
2. Pope John Paul II, Tertio Millennio Adveniente, Montréal, Ed. Médiaspaul, 1994, §35, p.43.
3. A sect of the period, also referred to as the “Illuminati.”
4. De Maistre, Joseph, “Lettres à un gentilhomme russe sur l’Inquisition espagnole,” Oeuvres complètes, t.VII, Brussels, Éd. Société Nationale, 1838, pp.283-391; Morel, Jules, “Lettres à M. Louis Veuillot sur l’Inquisition moderne d’Espagne,” Incartades libérales de quelques auteurs catholiques, Paris, Éd. Victor Palmé, 1869, pp.31-241.
5. Dumont, Jean, L’Église au risque de l’Histoire, Limoges, Éd. Critérion, 1984, pp.171-231, and pp.343-413; L’Incomparable Isabelle la Catholique, Paris, Éd. Criterion, 1992, pp.79-110,
6. Testat, Guy et Jean, L’Inquisition, Paris, Éd. PUF, collection “Que sais-je?”, 1966, 126 pp.; Guiraud, Jean, L’Inquisition médiévale, Paris, Librairie Jules Tallandier, 1978, 238 pp.; Bennassar, Bartolomé, L’Inquisition espagnole XVe-XIXe siècles, Paris, Éd. Hachette, 1979, 397 p.
7. Choupin, L., “Hérésie,” Dictionnaire apologétique de la foi catholique, t. II, 1911, pp.442-457.
8. Ottaviani, Alfredo, L’Église et la Cité, Rome, Imprimerie polyglotte vaticane, 1963, 309 pp.
9. See Acts 13:8-12.
10. Guiraud, Jean, “Inquisition,” DARC, t. II, 1911m , col. 823-890; Vacandar, E., “Inquisition,” DTC, t.VII, col. 2016-2068.
11. The Catholic historian does even more: He judges the facts by the light of Catholic principles. On this question, see Dom Guéranger, “Le Sens chrétien de l’histoire” (Le Sel de la terre, 22, p.176).
12. For example, Hefelé, Le Cardinal Ximenès, Paris Librairie Poussielgue-Rusand, 1856, 588 pp.
13. Vernet, F., “Albigeois et Cathares,” Dictionnaire de théologie catholique, t.I, pp.1987-1999.
14. Léa, Henri-Charles, Histoire de l’Inquisition au Moyen Age, Paris, Éd. Jérôme Millon, 1986, 3 vols.
15. Cervantes, Don Quixote, Book I, chap.21.
16. Shylock: a Jewish usurer in Shakespeare’s comedy The Merchant of Venice.
17. Roth, Cecil, Histoire des Marranes, Paris, Éd. Liana Lévi, 1990.
18. Llorente, Juan Antonio, Historia critica de la Inquisicion en Espana, Madrid, Éd. Hiperion, 1981, (1st edition, 1822) 4 vols.
19. For example, among contemporary historians, Pierre Dominique asserts that the Spanish Inquisition condemned 178,382 persons of whom 16,376 were burned alive. [L’Inquisition. Paris, Ed. Perrin, 1969]; Henry Kamen puts it up to 341,021 the number of condemnations, of whom 31,912 were burned [Histoire de l’Inquisition espagnole, Paris, Éd. Albin Michel, 1966]. Note that Kamen revised these figures downwards in a later edition of his book (1966, pp.298-299).
20. Junco, Alfonso, Inquisicion sobre la Inquisicion, Mexico, Editorial Jus, 1959, pp.37-51.
21. Bennassar, Bartolomé, L’Inquisition espagnole XVe-XIXe siècle, Paris, Éd. Hachett, 1979, pp.389-390.
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La Verdadera Inquisición. Esclareciendo el Mito Popular

Título: La Verdadera Inquisición. Esclareciendo el Mito Popular
Autor: Thomas F. Madden
Traducción: Alejandro Villarreal -ene. 2009-
Cuando las faltas de la Iglesia Católica son expuestas, con la gran frecuencia que se hace, la Inquisición figura en primer lugar. Las personas desinteresadas de la historia europea, afirman con mucha seguridad que estuvo guiada por hombres de la iglesia brutales y fanáticos que torturaron, lisiaron y asesinaron a aquellos que se atrevieron a cuestionar la autoridad de la Iglesia. La palabra “Inquisición” es parte de nuestro vocabulario moderno, haciendo referencia tanto a la institución como al periodo de tiempo. El relacionar a un senador, por ejemplo, con la palabra inquisición, no constituye un elogio en la gran mayoría de los casos.
El Dr. Thomas F. Madden es Profesor de Historia Medieval y Presidente del departamento de Historia en la Universidad de San Luis. Es un reconocido experto sobre las Cruzadas y es autor de obras recientes tituladas: The New Concise History of the Crusades (Nueva historia concisa de las Cruzadas) y es editor de Crusades: The Illustrated History (Cruzadas: La historia ilustrada).
En años recientes la Inquisición ha estado sujeta a mayor investigación. Para la preparación del Jubileo del año 2000, el Papa Juan Pablo II quiso saber lo que realmente pasó durante el tiempo de la existencia de la institución de la Inquisición. En 1998, el Vaticano abrió los archivos del Santo Oficio, sucesor moderno este último de la Inquisición, a un equipo de 30 eruditos de todo el mundo. Finalmente estos estudiosos han completado su reporte, un tomo de 800 páginas que fue presentado en conferencia de prensa en Roma (2004). Su principal conclusión es que la Inquisición no fue tan mala después de todo: Fue muy raro el uso de la tortura y sólo aproximadamente el uno por ciento de los que fueron presentados ante la Inquisición española fueron ejecutados. De aquí que se haya leído en un encabezado de un diario “El Vaticano Minimiza la Inquisición”.
Pasmados gritos ahogados y cínicas sonrisas despreciativas recibieron este reporte y son pruebas irrefutables del lamentable abismo que existe entre los historiadores profesionales y el público en general. La verdad es que, aunque éste reporte hace uso de material que no estaba previamente disponible, sólo viene a confirmar y a hacer eco a los cuantiosos estudiosos y eruditos y de lo que aprendieron de otros archivos europeos. Entre los mejores libros de la actualidad sobre el tema, están los de la “Inquisición” de Edward Peters (1988) y el de Henry Kamen, llamado “La Inquisición Española”, sin embargo existen muchos más. El asunto es tan sencillo como darse cuenta de que los historiadores supieron desde hace mucho tiempo que el punto de vista popular sobre la Inquisición es un mito, de tal manera que ¿cuál es la verdad?
Para comprender la Inquisición tenemos que recordar que la edad media era… medieval. No deberíamos esperar que la gente del pasado tuviera una visión del mundo tal como lo tenemos nosotros en la actualidad. Trátese de vivir enfrentando la peste bubónica, y se comprenderá cómo cambia la actitud. Para la gente que vivía durante ése tiempo, la religión no era un asunto que sólo concernía al momento de ir a la iglesia, ésta abarcaba la ciencia, la filosofía, la política, la identidad y la esperanza de salvación. No constituía una preferencia personal sino una verdad universal y permanente. La herejía, entonces, impactaba en el corazón de tal verdad, se condenaba al hereje porque ponía en peligro a aquellos con quienes convivía y rompía la armonía de la comunidad.
La Inquisición no surgió del deseo de impedir la diversidad o de oprimir a la gente, al contrario de esto, fue un intento de detener las ejecuciones injustas. Si, usted ha leído correctamente, la herejía era considerada un crimen en contra del estado. El derecho romano, en el Código Justiniano la especificaba como una ofensa capital. Los legisladores, cuya autoridad se creía que venía de Dios, no tenían paciencia con los herejes, tampoco con el común del pueblo, y éstos últimos los veían como peligrosos forasteros quienes traían consigo la ira divina. A principios de la Edad Media si alguien era acusado de herejía era conducido con el soberano local para su enjuiciamiento, los motivos iban desde haber robado un cerdo o de haber dañado los arbustos del vecino, ¡de verdad, esto era un crimen serio en Inglaterra! A pesar del contraste de estos crímenes, no era fácil discernir si el acusado era verdaderamente hereje. Para comenzar, se necesitaría entrenamiento básico en teología, algo de lo que la gran mayoría de los soberanos medievales carecía. El resultado de esto es que cientos de incontables personas por toda Europa fueron ejecutados por las autoridades seculares sin haber tenido de por medio un juicio justo o una evaluación competente para validar el cargo.
La respuesta de la Iglesia Católica a este problema fue la Inquisición, por primera vez instituida por el Papa Lucio III en 1184. Nació debido a la necesidad de proveer juicios justos a los acusados de herejía por medio de las leyes, las evidencias y jueces entendidos. Desde la perspectiva de las autoridades seculares, los herejes eran traidores a Dios y al rey y por lo tanto merecedores de la muerte. Desde la perspectiva de la Iglesia, sin embargo, los herejes eran ovejas perdidas que se habían separado del rebaño. Como pastores, el Papa y los obispos tenían la tarea de traerlos de vuelta al rebaño tal y como el Buen Pastor les había mandado. De esta manera, mientras los líderes seculares trataban de salvaguardar sus reinos, la Iglesia trataba de salvar almas. La inquisición proveyó los medios a los herejes para escapar de la muerte y reintegrarse a la comunidad.
Y como este reporte reciente lo confirma, la mayoría de las personas acusadas de herejía por la Inquisición o fueron absueltos o fueron suspendidas sus sentencias. Aquellos que fueron encontrados culpables de grave error, se les permitió confesar su pecado, realizar penitencia y ser reintegrados en el Cuerpo de Cristo. La primera presunción de la Inquisición fue esa, que como ovejas perdidas, los herejes simplemente se habían extraviado. Sin embargo, si un inquisidor determinaba que una oveja en particular había dejado a propósito del rebaño, no había nada más que hacer en ese caso. Los herejes que no se arrepentían o que eran obstinados eran excomulgados y se les dejaba en manos de las autoridades seculares. A pesar del mito popular, la Inquisición no quemó a los herejes. Fue la autoridad secular quien sostenía que la herejía era un delito capital, no la Iglesia. El simple hecho es que la Inquisición medieval salvó a incontables inocentes e incluso a los que no eran tan inocentes, gente que de otra manera hubiese sido incinerada por los soberanos seculares o linchados por las turbas.
Durante el siglo XIII la Inquisición tuvo una mayor formalización en sus métodos y prácticas. Dominicos altamente entrenados que respondían ante el Papa, estuvieron al frente de la institución, creando cortes que representaron las mejores prácticas legales en Europa. Al mismo tiempo, las autoridades reales o nobiliarias también crecieron durante el siglo XIV y subsecuentes, y poco a poco tuvieron más control sobre la Inquisición, hasta que cambió de las manos del Papa a las de los reyes. En vez de ser una sola Inquisición, ahora había varias y a pesar del panorama de abuso, los monarcas como los españoles y los franceses generalmente hacían su mejor esfuerzo para que sus inquisiciones permanecieran siendo eficientes y misericordiosas. Durante el siglo XVI, cuando la moda de las brujas azotó Europa, sólo las áreas geográficas que habían desarrollado buenas inquisiciones, fueron capaces de detener la histeria en sus primeras manifestaciones. En España e Italia, inquisidores entrenados investigaron los cargos de brujería, rituales sabáticos y quema de niños y bebés encontrando que eran falsos. En cualquier otro lugar, particularmente en Alemania, las cortes seculares o religiosas (no-católicas) quemaron brujas por cientos.
Comparada con otras cortes seculares medievales, la Inquisición se destacaba de una manera positiva. ¿Por qué entonces las personas en general y la prensa en particular se ven tan sorprendidas en descubrir que la Inquisición no quemaba gente por millones? En primer lugar, en la actualidad cuando la mayoría de las personas piensa en la Inquisición piensa sólo en la Inquisición española, pero ni siquiera esto es correcto ya que están pensando en el mito de la Inquisición española. Sorprendentemente, antes de 1530 la Inquisición española fue ampliamente conocida como la mejor corte en funcionamiento y la más humana en Europa. Existen registros de convictos en España que blasfemaban a propósito para que pudiesen ser transferidos a las prisiones de la Inquisición española. Sin embargo, después de 1530, la Inquisición española puso su atención en la nueva herejía del luteranismo. Fueron entonces sus rivales y los protestantes de la Reforma quienes dieron origen y esparcieron el mito.
Para mediados del siglo XVI, España era el país más rico y más poderoso de Europa. Las áreas protestantes de Europa incluyendo los Países Bajos, el norte de Alemania e Inglaterra, quizás no eran tan poderosos en el aspecto militar, pero tenían en sus manos una nueva y potente arma: la prensa escrita. Aunque los españoles derrotaron a los protestantes en el campo de batalla, ellos perdieron la guerra de la propaganda. Estos fueron los años cuando las famosas “Leyendas Negras” de España fueron forjadas. Innumerables libros y panfletos manufacturados desde las prensas del norte acusaron al Imperio español de inhumana depravación y horribles atrocidades en el Nuevo Mundo. La opulenta España fue arrojada al lugar de la oscuridad, la ignorancia y la maldad.
La propaganda protestante que tenía como objetivo la Inquisición española la describió abundantemente en sus “Leyendas Negras”. Pero hubieron otras fuentes también. Desde el principio de la Reforma, los protestantes han tenido dificultad de explicar la brecha de 15 siglos entre la institución de Cristo, de Su Iglesia, y la fundación de las iglesias protestantes. Naturalmente, los católicos han señalado éste problema acusando a los protestantes de haber creado nuevas iglesias separadas de la de Cristo. En respuesta, los protestantes dicen que sus iglesias eran parte de la única iglesia creada por Cristo pero han sido forzados por la Iglesia Católica a permanecer en la clandestinidad, de esta manera, como el Imperio Romano persiguió a los cristianos, su sucesor, la Iglesia Católica Romana continuó persiguiéndolos a través de la Edad Media. Pero, inconvenientemente, no hubieron protestantes en la Edad Media, aún así los autores protestantes los encontraron por doquier caracterizando toda clase de herejías medievales. Bajo este criterio, la Inquisición medieval fue nada más que un intento de aplastar a la oculta y verdadera iglesia (de los protestantes). La Inquisición española, activa y extremadamente eficiente para erradicar el protestantismo de España, sólo fue para los escritores protestantes la última versión de su persecución. Mezclando generosamente todo esto con la Leyenda Negra, se tiene todo lo que se necesita para producir panfleto tras panfleto acerca de la espantosa y cruel Inquisición española, y así lo hicieron.
Con el tiempo, el imperio español se desvaneció, el poder y la riqueza se trasladaron hacia el norte, particularmente a Francia e Inglaterra. A finales del siglo XVII surgieron las nuevas ideas de la tolerancia religiosa que bullían en las cafeterías y salones de Europa. Las inquisiciones, tanto la católica como la protestante, decayeron. La española obstinadamente se aferraba a la suya y por esto fue ridiculizada. Los filósofos franceses como Voltaire vieron en España el modelo de la Edad Media: debilidad, barbarie, superstición. La Inquisición española, considerada una herramienta sedienta de sangre para la persecución religiosa, fue ridiculizada por eminentes pensadores como un arma brutal de intolerancia e ignorancia. Se había construido una nueva Inquisición española, ficticia, diseñada por los enemigos de España y de la Iglesia Católica.
Ahora, un poco más de la verdadera Inquisición ha vuelto para considerarse. La cuestión permanece, ¿alguien hará caso?
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